El escritor esbozó una de sus más amplias sonrisas. Muchos entre la concurrencia no pudieron contener las lágrimas. En ceremonia íntima y emotiva en la antesala del Paraninfo Universitario, la efigie en bronce de Juan García Ponce pasó a ocupar su lugar entre sus queridos Arreola, Nicanor Parra, Monterroso y Eliseo Diego.

Todo de negro, en su inseparable silla de ruedas, Juan García Ponce arribó acompañado de sus dos hijos, Juan y Mercedes que se encargaron de retirar la tela blanca en medio de la generosa ovación de medio centenar de invitados, entre ellos el pintor e íntimo amigo del homenajeado, Juan Felguerez y el escritor Alí Chumacero.

El rector Trino Padilla fue parco pero certero, al señalar que la obra de García Ponce pertenece ya al patrimonio de la humanidad, por ser creación duradera, “espejo de un tiempo y de un espacio que no se agotará a través de los años”. Agregó que García Ponce, de cerebro lúcido y poderoso, de oficio firme y disciplinado, es una persona generosa y exigente que asume la aventura de leer y escribir con serena libertad.

La semblanza del ganador del Premio Juan Rulfo le correspondió a la académica Magda Díaz y Morales, de la Universidad Veracruzana, que no ocultaba su emoción al referirse al Maestro: “En este acto tan importante y significativo, se consagra para la posteridad a la excepcional personalidad del novelista de la mirada, del erotismo, de la inteligencia, del artista y el pensador que a lo largo de más de 40 años ha creado con su obra todo un mundo, para quien la escritura es un fin en sí misma”. Se refirió a la niñez de García Ponce en su barrio de Itzimná en Mérida, a su juventud en una azotea en donde prefería seguir leyendo a Thomas Mann antes que salir a la playa, a su prestigio por haber obtenido La Cruz de Honor por Ciencias y Artes, otorgado por la República Austriaca y al primer Premio Anagrama entregado a un latinoamericano por su libro Errancia sin fin. Cuando dijo “al honrar con el Premio Juan Rulfo a García Ponce, el premio se ha honrado a sí mismo”, brotó de nuevo el aplauso y los ¡bravos¡ de un grupo juvenil que todo el tiempo levantó el ánimo del momento.

Finalmente se corrió el velo, apareció en bronce el rostro sereno del escritor mirando hacia lo alto, y como un espejo abajo, sonriente el rostro de carne y hueso, sonriente, mirando hacia lo alto…


Diario El occidental,
27 de nov., 2001, Guadalajara, Jal.