Casi cuatro décadas después de que se conocieran en el Centro Mexicano de Escritores, los dos narradores se encuentran de nuevo. El autor de Crónica de la Intervención recibirá el premio que lleva el nombre del autor de Pedro Páramo
Juan García Ponce escribía su segunda novela La casa en la playa, allá por 1963, cuando por segunda vez fue becario en el Centro Mexicano de Escritores, justo en el tiempo en que Juan Rulfo era uno de los “tutores literarios” y en un crítico de los textos que presentaban los jóvenes aspirantes a escritores, algunos de los cuales se quedaron en el camino, en tanto otros persistieron y aún se mantienen en el camino como es el caso del propio García Ponce, galardonado con el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo.
Azar o coincidencia, 38 años después sus nombres vuelven a reunirse en la figura de este galardón concedido a uno de los mayores escritores de la segunda mitad del siglo XX mexicano. Autor de narraciones fundamentales comoFigura de paja, Crónica de la Intervención, De ánima, Inmaculada o los placeres de la inocencia, El gato o La vida perdurable, ha sumado ensayos decisivos como El reino milenario, Thomas Mann vivo, La errancia sin fin y Ante los demonios, amén de la crítica de artes plásticas en la que se ha empeñado y la traducción de autores como Pierre Klossowski y Herbert Marcuse.
De ahí la unanimidad de criterios para premiar la obra de este autor nacido en Yucatán hace 68 años, más de la mitad de ellos vividos desde su silla de ruedas, único medio de locomoción que le ha dejado una parálisis progresiva que le ha arrebatado todo movimiento, pero no el oficio de la escritura en el que sigue empeñado, como lo precisa este narrador y ensayista, quien como pocos se ha atrevido a bucear en la zonas oscuras de la condición humana para devolver lo hallado en cuentos y novelas que hoy se han convertido en clásicos de la literatura hispanoamericana.
“Estoy escribiendo un relato, pero aún no lo termino ni sé cómo vaya a terminar, porque estas cosas nunca se sabe cómo acabarán”, explica García Ponce vía telefónica y a través de la voz de su asistente María Luisa Herrera.
García Ponce refiere que ayer por la mañana, la titular del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), Sari Bermúdez, fue la encargada de anunciarle que había obtenido el Juan Rulfo, un galardón que le ha causado una gran emoción y satisfacción. Aun cuando no puede decir que fue un íntimo amigo del autor de Pedro Páramo, la vida literaria de los años 60 los reunió en uno de los focos de mayor actividad de aquellos años: el Centro Mexicano de Escritores.
“Juan Rulfo tenía como trabajo criticar la obra de los becarios. Cuando yo lo fui por segunda vez, en 1963, lo veía en todas las sesiones. Entonces yo estaba escribiendo la que sería mi segunda novela, La casa en la playa. Juan Rulfo tenía un conocimiento tan profundo de las novelas que parecía haber leído todas las del mundo. Sus críticas eran acertadas y siempre amables”.
—¿Entonces Rulfo fue su mentor?
—No. Él nunca quiso tomar el papel de maestro de nadie. Fue un gran escritor y yo lo admiro y respeto mucho desde que publicó Pedro Páramo y El llano en llamas, de los cuales tengo ejemplares de la primera edición.
—¿Y cuál de estos libros le gusta más?
—Probablemente Pedro Páramo, aunque también me gustan muchos los cuentos de El llano
en llamas. De ellos mi cuento favorito es Anacleto Morones.
—¿Este premio es la coronación de su carrera literaria?
—Espero que no. Espero recibir muchos premios más.
—¿Qué recuerda de Rulfo?
—Que era una persona tímida y afectuosa.
—¿Y qué va hacer con los 100 mil dólares del premio?
—Darle la mitad a mis hijos Mercedes y Juan y lo demás voy a emplearlo en la mala vida que he llevado siempre.
—¿Qué es la mala vida?
—La mala vida es la buena vida, o sea beber mucho, leer otro tanto y escribir mucho.
—¿Y cuál es su dosis diaria de alcohol?
—Tres martinis diarios, pero nunca tomados antes de las 10 de la noche.
—O sea que se duerme tarde…
—Muy tarde y me despierto temprano para esperar a mi ayudante María Luisa Herrera que, si una de sus características es la eficiencia, no lo es la de la puntualidad.
EN LA BIBLIOTECA DEL AUTOR DE LA CASA EN LA PLAYA SOBRESALE LA LITERATURA GERMANA
Juan García Ponce vive a unas cuadras del zócalo de Coyoacán, en un casa donde la presencia mayor son los libros y pinturas que no sólo ocupan paredes y rincones, sino que llenan la atmósfera de ese aliento añoso de viejos libros que lo han acompañado a lo largo de su existencia literaria. Sobresalen los autores alemanes como Heimito Von Dorerer, Thomas Mann o su favorito: Robert Musil, aunque en sus libreros también es posible hallar esos gruesos tomos de lomo verde donde se puede leer: Friederich Nietzche. Obras. Editorial Aguilar.
Pero como el propio autor de La noche lo explicó en una entrevista realizada en septiembre pasado con motivo del homenaje que el Instituto de Cultura de la Ciudad de México le organizó por sus 68 años, él es un permanente lector no sólo de los clásicos antiguos y contemporáneos, sino de la literatura que se escribe en la actualidad. “A mi voracidad como lector le debo el que haya llegado a la escritura”.
—¿Una escritura signada por las contradicciones humanas?
—A eso es a lo que aspira toda la literatura y si yo lo he logrado, qué bueno.
—Se ha dicho que usted, junto con Juan Vicente Melo, Inés Arredondo y otros autores, formaron parte de una generación empeñada en la búsqueda de la desmesura, la perversión y la oscuridad…
—Pues es cierto. Pero lo que deseábamos era una oscuridad transformada en cultura, con lo cual dejaba de ser oscuridad para convertirse en luz. Esa es la ventaja de la cultura. Uno toca zonas oscuras para iluminarlas. Fuimos una generación marcada por el esfuerzo y por el deseo de escribir cosas que hasta entonces no se habían dicho; pero esa es la misión de toda generación que se respete. Después de todo, eso mismo lo buscaron Los Contemporáneos.
—Se dice que usted no pertenece tanto a la estirpe de escritores malditos porque su espíritu literario es también muy festivo.
—Puede ser, pero el espíritu festivo puede estar también en escritores malditos. Está presente en muchos autores. Por ejemplo, Villaurrutia le decía a Octavio Paz, un poco en broma y un poco en serio: “Usted no tiene demonios”. —¿Y Juan García Ponce tiene demonios?
—Claro que los tengo, a uno de ellos hasta le dicto, se llama María Luisa Herrera. ¡Ja ja ja!
De chico, cuando tenía fe tenía malos pensamientos. Eso puede ser el demonio, pero después perdí la fe entre los 12 ó 15 años y logré domesticar a ese demonio enfrentándome a él sin el auxilio de ningún intermediario capaz de darme la absolución. Yo sólo me la doy.
—¿Se puede vivir sin Dios?
—Perfectamente. Hay millones de ateos en el mundo y están vivos totalmente. Puedo decir que sólo en los países subdesarrollados creen en Dios.
—¿Por qué perdió la fe?
—Por sabio.
—¿La perdida de fe le permitió concebir una literatura clasificada a veces de pornográfica, otras erótica o bien perversa?
—No, sólo me permitió una libertad para tratar los temas prohibidos en una sociedad establecida.
—¿Cuándo fue tocado por el demonio de la literatura?
—No hay fecha ni libro que date esta inoculación. Mi vocación literaria es producto de mi voracidad de lector, o sea mi literatura en el mejor de los términos nació de las buenas lecturas. Eso abarca desde los clásicos griegos hasta los autores contemporáneos.
Todo cuerpo es un encierro.
—¿La lectura y la escritura le han permitido no sentirse encerrado en su propio cuerpo?
—Todos estamos encerrados en nuestro propio cuerpo. Esto es así, ni modo.
—¿Se considera un maestro sin aula?
—Fui un maestro con aula. Di clases en la universidad, pero mi literatura no aspira a enseñar, sino a producir el placer por la literatura.
—¿A abrir otros horizontes a mentes ciegas?
—Totalmente: la literatura amplía el campo de la experiencia. Es por eso que debe estar prohibida, porque abre otros horizontes, otras dimensiones que están fuera de lo establecido.
—¿Son pocos los que pueden morder o atrapar la realidad?
—¿Cuál es la realidad? Uno la busca, pero eso no quiere decir que la encuentre, por eso sigues en constante búsqueda.
—¿La escritura es un acto de soledad?
—La escritura no es un acto de soledad. Aspira a dirigirse aunque sea a un lector porque ese lector representa a todos los lectores.
PREMIO A LA PERDURABILIDAD Y LA SOBRIEDAD
Como se había anunciado, el XI Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo no cayó en una figura bañada por el éxito comercial y los reflectores de los medios, sino en alguien cuya obra representara un vínculo con la cultura universal y la vida cultural de América Latina.
Por estas razones, expresadas por los miembros del jurado, el escritor mexicano Juan García Ponce fue anunciado ayer al mediodía como el merecedor de dicho galardón, que también han recibido autores como Juan Gelman, Olga Orozco y Nicanor Parra.
De esta forma, Juan García Ponce se hizo acreedor a una suma de cien mil dólares, mismos que le serán entregados durante la inauguración de la XV Feria Internacional del Libro (FIL) en Guadalajara, el próximo 24 de noviembre.
El anuncio del ganador sirvió también para destacar que este fue el último año en que el premio Juan Rulfo se anuncie en la ciudad de México, “porque es muy justo que un premio que nació en Jalisco deba anunciarse y entregarse ahí”, dijo la titular del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Sari Bermúdez.
La funcionaria estuvo acompañada del presidente de la Feria Internacional del Libro, Raúl Padilla López; el rector de la UdeG, Trinidad Padilla López; la directora general de la FIL., María Luisa Armendáriz; la secretaria de Cultura de Jalisco, Sofía González Luna, así como los siete miembros del jurado internacional. Estos últimos deliberaron en un hotel de Guadalajara durante los pasados días 19, 20 y 21 de julio para escoger al ganador.
Cobo Borda comenzó por explicar que sobre el jurado pesó “una carga emotiva” y “un peso de calidad” para darle continuidad a la tradición impuesta por los anteriores ganadores del premio. “Quisimos ser justos y razonables, y dignos de la encomienda… ser fieles a la tradición y renovadores de ella”, expresó.
POR LA PERDURABILIDAD
Así, el jurado optó por “otorgar un premio que señale a un escritor que no ha sido lo suficientemente puesto en la atención del público, cuya obra no haya sido en alguna forma diluida, o parcialmente deformada en el éxito, en la celebridad, sino que recalque, sobre todo, como en el caso de Juan Rulfo, la sobriedad, la perdurabilidad, la terquedad admirable con la que los creadores en América Latina subsisten, luchan y pelean con las palabras para un mundo más justo”.
Tras pronunciar el nombre de Juan García Ponce, Cobo Borda dio lectura al acta del jurado, en la que se decía que García Ponce “ha mantenido una excepcional fidelidad a la escritura, ha hecho de ella su auténtica razón de ser…no ha cesado de indagar en la ficción, en el ensayo, en el teatro, en el periodismo y en la crítica de arte; esa incesante creatividad lo ha llevado a convertir el silencio en ficción, y de allí, a proyectar su obra en el ámbito de la mejor literatura contemporánea”.
El acta agregaba que “reconocerlo es admirar y poner como ejemplo su entrega, sin reticencias, al destino creador de nuestra cultura… Al honrarlo, el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo se ha honrado a sí mismo”.
Debido a su precario estado de salud, Juan García Ponce no pudo estar presente en la ceremonia aunque Sari Bermúdez leyó un texto que éste le entregara la misma mañana de ayer en su casa de Coyoacán.
En el texto, García Ponce reconoció que recibir el premio “me trae muchos recuerdos del propio Juan Rulfo”, evocando los tiempos en los que el autor de El llano en llamas y Pedro Páramo visitaba la redacción de la revista de la UNAM, en la que García Ponce trabajaba como secretario de redacción.
Finalmente, durante el intercambio entre los miembros del presidium y los medios de comunicación de Guadalajara y la ciudad de México, Noé Jitrik destacó que el propósito de un premio como el Juan Rulfo es el de incitar a la sociedad a una revaloración permanente de sus creadores, por lo que el galardón no debe verse “como una instancia estática que convierte al escritor en un monumento”.