A su lado, Virginia, que se había apoyado en su hombro con los ojos cerrados, estaba oscuramente viva en su abandono y toda su actitud dejaba sentir que esperaba algo sin decidirse a formularlo, como si deseara que lo que ella quería naciera de él. Al fin lo besó en el cuello, abriendo los ojos para encontrar los suyos y dijo en voz muy baja, haciendo que los tirantes de su vestido resbalaran por sus hombros dejándolos desnudos en la intimidad del coche:
—Vamos a un hotel.
Él sintió que la sensualidad del cuerpo de ella pasaba al suyo sin tener que tocarla y esperó a que estuvieran en el cuarto, desnudo e impersonal, ajeno por completo a los dos, y a que Virginia se hubiera desvestido del todo, acercándosele de una manera nueva y conocida al mismo tiempo, como si estuvieran juntos por primera vez pero cada una de sus actitudes repitiera otra ya realizada, para abrazarla. Sin embargo, al apagar la luz, unidos en la cama, perdidos en una noche de los sentidos que era toda claridad, en vez de la violenta procacidad corporal que oscuramente esperaba, volvió a encontrar y reconocer a Virginia como siempre la hallaba en el cuarto de la casa y todo fue tan conocido que sólo lo llevaba de nuevo a ese cuarto, haciendo desaparecer en la segura gravedad de sus cuerpos el neutro vacío de la habitación del hotel. Así, volvieron una y otra vez sobre sí mismos, con plena conciencia de parte de él de que quería encontrar el rompimiento que Virginia buscaba, pero al encontrarse en ella todo volvía a ser igual y Virginia, quizá contra su voluntad, respondía también de la misma manera, como si el inagotable deseo que existía entre los dos entregándolos a su realización los perdiera.
—No me quieres de esta manera ¿verdad? —dijo ella al fin y prendió la luz, buscando que la impersonal irrealidad del cuarto le diera su verdadero sentido al diálogo.
—Sí; también —contestó él ante el cuerpo desnudo de ella, abierto por completo a su lado en su cansancio y en el abandonado reposo posterior a la entrega, que lo hacía parecer más real y al mismo tiempo mágicamente solitario y distante.
—Pero no es suficiente —terminó Virginia con una inesperada determinación, dejando ver que de pronto había comprendido y aceptado algo que ella misma no sabía como definir.
Cuando salieron del hotel empezaba a amanecer y bajo la pálida luz del día, que apenas se insinuaba en el cielo subiendo lentamente por las oscuras zonas altas en las que aún brillaba descolorida y fuera de lugar la luna, él sintió que le era imposible comprender cómo habían llegado hasta ese lugar. Virginia se había envuelto en su abrigo, subiendo el cuello de éste de manera que le tapaba casi por completo el pelo que su peinado original moviera hacia un solo lado de su cara. Él la vio triste y lejana, pero totalmente consciente en su cansancio. De alguna manera, la imprecisa luminosidad entre la que avanzaban transformaba los lugares que fueran tan acogedores en las sombras calladas de la noche y las palabras se habían hecho imposibles entre ellos, haciendo que cada uno se refugiara en la soledad que Virginia encontrara como medio de acercamiento al principio de su relación, mientras su inicial docilidad se perdía sin que ella lo advirtiera. Sin embargo, en tanto manejaba en silencio, de regreso hacia el oscuro sin sentido en el que aún contra su voluntad se habían encerrado sus vidas, como dos ocultas corrientes de agua que desembocan en un pozo inmóvil en cuyo fondo impenetrable se hace posible la unión, él pensó que en verdad nada había cambiado entre los dos, sino que, al contrario, era su necesidad de estar por completo uno en el otro la que se había intensificado hasta el extremo que sin advertirlo lo que se exigían era estar más juntos y sólo deberían aceptar el verdadero espacio de su amor.
Al llegar a la casa el día parecía haberse detenido en su crecimiento, de manera que ésta todavía estaba medio envuelta en las sombras del incierto amanecer, como si durante el trayecto el tiempo no hubiera transcurrido; pero al entrar, vieron que los criados se habían levantado y la casa estaba ya en movimiento. Virginia bajó del coche, después de regresar a su posición natural al cuello de su abrigo y arreglarse ligeramente el peinado, y preguntó a una de las criadas si la niña se había despertado ya. Luego le dijo a él que ella se encargaría de llevarla a la escuela e iba a cambiarse. Él la siguió por el largo corredor, mirando cómo la luz empezaba a afirmarse en el patio con la perturbadora sensación de que toda la noche él y Virginia había estado fuera del mundo y sólo ahora las cosas empezaban a recuperar su verdadero ritmo.