Nos quedamos un momento sin hablar; ella con los ojos medio cerrados todavía, tratando de despertar por completo; yo tratando de vencer mi emoción. Mientras la miraba pensé en si debería decirle que la quería. Era verdad; pero no tenía sentido hablar de eso. Ahora sólo quería gozar de la tranquilidad de estar a su lado, del conocimiento de que la tenía ahí enfrente y podía levantarme y sentarme a su lado, abrazarla. De pronto, me di cuenta de que el sofá no estaba convertido en cama.
–¿Dónde duermes? –pregunté, sin pensar.
–Ahí, en el cuarto –contestó ella, señalando con la cabeza.
Me puse de pie.
–Ven.
Ella se levantó y me abrazó un momento, sin hablar. Luego se sentó en mis piernas y escondió la cara en mi cuello. Le acaricié la espalda por encima de la bata, sintiendo su piel perfectamente a través de la seda.
–¿Estás desnuda?
–Sí.
Quise levantarle la cara para besarla; pero ella se negó, suavemente, con dulzura.
–No, espera. Déjame así. Leonor debe regresar enseguida, no tiene objeto.
–¿Me has extrañado al menos?
–Sí
–Te lo dije.
-Tú, ¿me has extrañado?
–También. Mucho.
–Pero no has venido…
–¿Hubieras querido que viniera?
–Creo que sí, sobre todo los primeros días. No han sido agradables…
–Vine una noche; la segunda. No había nadie, o no contestaron.
–Pero ha pasado casi una semana.
–Ya lo sé –dije, consciente de que era imposible explicarle mis dudas y mi impaciencia.
–¿Ves? Yo tenía razón.
–No, no veo nada. No tiene nada que ver.
–Sí tiene que ver, todo tiene que ver, podía haber sido una prueba –dijo ella, alargando el acento del “sí” y aumentando la separación entre una palabra y otra, con un tono distinto al anterior y que rompía el encanto, el tono que empleaba siempre cuando en realidad quería decir yo sé más que tú y soy más auténtica, yo soy la que tengo razón, estoy por encima y no cedo, conozco mejor las cosas y las acepto como son, no voy a dejar que me engañes ni voy a dejar que te engañes, porque eso es lo que quieres hacer; un tono que creaba inmediatamente una distancia, la distancia del que renuncia de pronto a la mentira y regresa a la verdad objetiva.
–Está bien. Ahora ya no importa.
–Eso desde luego –dijo ella, con una seguridad triunfante, un poco infantil: su manera de ser “femenina”.