autoprecozEncontrarse tratando de redactar un ensayo autobiográfico que aspire a obtener la atención del público, cuando uno siente que la tarea por realizar es todavía mucho más amplia que la ya terminada y se alimenta como escritor de este conocimiento, es, por lo menos, ambiguo. El pudor es mucho más fuerte que el que rigurosamente acomete ante cualquier tarea artística y la primera sensación es de absoluto desamparo. En general se escribe con una conciencia muy limitada del posible público futuro, cuando no con una absoluta ignorancia de él. Lo que lleva en verdad a la obra es un compromiso con uno mismo que hace que la creación se realice también para uno mismo y a lo más para unos cuantos amigos, ese público ideal al que todo autor se dirige secretamente cuando tiene la fortuna de tenerlo, aunque esto ocurra porque sabe que un lector es todos los lectores y a él se encamina su voluntad de comunicación para que represente a los demás. Quizá esta circunstancia establece la diferencia y señala el tono entre las obras de creación, las obras íntimas, en las que el autor cifra sus esperanzas de encontrar lo que busca, y aquéllas destinadas de antemano a un público determinado. Pero ahora se trata de las dos cosas; nada puede ser tan personal como un ensayo autobiográfico. En él tiene que establecerse la exacta correspondencia entre el estilo y la persona detrás de él que es la única que puede darle un sello de autenticidad.

En otro sentido, por la misma naturaleza de su oficio, por el carácter peculiar, extraño y fuera de lo natural de éste, el escritor está acostumbrado a un doble juego en su relación con él. Contar historias, recrear y recuperar la vida por medio de la palabra y expresar la subjetividad personal a través de ella, tiene un doble sentido que incluye a la vez una negación y una afirmación. Mediante el acto de escribir, el artista niega en parte la realidad al pretender que ésta sólo encuentra su verdadero sentido en el terreno más alto de la poesía, toma una resolución que evita la solución en el campo de la vida. Pero al mismo tiempo sabe que intenta hacerla bella porque la ama, pues el amor es el que hace bellas las cosas, y de este modo su tarea es también afirmativa. Simultáneamente, sus obras son el lugar donde se descubre por completo y donde encuentra el más seguro refugio. En ellas, a través de ellas, entrega su verdad transfigurada, transformada detrás del puro acontecer de los sucesos, la presencia y la independencia de los personajes, el valor metafórico de sus sentimientos y recuerdos, y el juego de sus ideas. Son, en realidad, una máscara que de alguna manera conserva los rasgos de su propio rostro, pero al mismo tiempo los protege, ocultándolos tras un velo de apariencias. Su difícil amor por la vida, mezcla de atracción y rechazo, es dignificado por ellas. Y en este voluntario juego de revelación detrás de la ocultación se encuentra la esencia de la fuerza que lleva a la creación literaria. Por esto, el hecho de mostrarse directamente aparece como contrario a lo que el escritor considera el valor más alto de su oficio. En literatura, como en otras muchas cosas, no siempre se llega a la verdad mediante el acto de enfrentarla como si estuviera ante nosotros perfectamente fija, congelada y a la vista, permitiendo que la alcancemos con sólo recoger los datos dispersos y encerrarlos en un molde. La ambición del escritor es precisamente darle vida, hacerla encarnar y ponerse en movimiento para que se refleje con mayor claridad a través de seres y acciones y por medio de ellos, en ellos, entregue su auténtico sentido, aquel que el tiempo detenido por el arte nos permite recuperar.

Pero por este camino se llega también con mucha frecuencia al inevitable descubrimiento que, por desgracia para la moral y el orden y por fortuna para el arte, no hay una verdad, sino distintas verdades, que cambian, se transforman y se contradicen a su vez sin obligarnos a abandonar ese propósito de llegar a una sola y definitiva, sino, al contrario, alimentándolo con su variedad y riqueza. ¿Cómo enfrentar entonces la necesidad de comunicar una verdad única, íntima y personal, cuando es muy posible que precisamente se haya escogido la tarea de escritor con la esperanza de llegar a ella sólo a través de la otra, general y colectiva?

Con esto no se quiere afirmar que el escritor no exista como tal, incluso anteriormente a la realización de sus obras. La etimología de “máscara” nos conduce directamente a “persona”. Y sin duda, detrás de cada obra se encuentra su creador, con sus obsesiones y sus sueños muy particulares. Tan sólo se trata de aclarar las dificultades de todo intento autobiográfico, que, por sus mismas exigencias, anula esa distancia que el artista pone entre él y su mundo, el mundo, para poder escuchar con mayor claridad su rumor de vida.

Sin embargo, una vez puestos ante el intento, se nos ocurre preguntar cuál podría ser el verdadero sentido de un ensayo autobiográfico. En verdad, cuando se trata de un artista, que nos condujera a sus obras, las ya realizadas y aquéllas con las que empieza a soñar y alimenta secretamente, puesto que si hay algo que importa en relación con él es esa verdad que quiere encontrar en ellas.