Ahora es la historia de Nicole y José. Ella es hermosa, como todas las protagonistas femeninas de García Ponce. La atracción desemboca en el encuentro de los cuerpos y en el matrimonio. El hermano de José no puede dejar de mirarla. Pero no es la única mirada. En una ocasión el mozo de la universidad sorprende a José y a Nicole. Ella muestra sus pechos desnudos. Juan nos dice: “Durante varios días no dejó que José la tocara, no porque estuviese avergonzada, sino porque había sentido la fascinación de saberse expuesta ante esa mirada y no era capaz de encontrarle lugar dentro de su amor a su perturbadora aceptación. Ésa a la que el mozo había mirado no era de nadie y ella sólo quería pertenecerle a José”.
El mismo cuñado les regala a ambos un gato, Píndaro. Se repite así el tema del tercero. José dibuja a Nicole desnuda y el hermano ve los dibujos. Ella lo ve viéndolos, y es como si la viera desnuda. Nicole y la conciencia de esa mirada. Una mirada a la que, sin embargo, es conducida por José, el autor de los dibujos.
Como muchas parejas de García Ponce, se encuentran en el sexo y también en un vacío en el reconocen su amor. Nicole, también como la mayoría de los personajes femeninos, espera algo que no sabe definir y ve ante sí un abismo en el que es fácil perderse. Así, un día le dice a José:
“Yo quiero que todo se quede igual, siempre –dijo ella con un ingenuo desamparo.
José se río.
– Es igual por dentro –dijo.
– Pero uno está afuera. Y siente. Lo que yo quiero es que nada se mueva –contestó ella.
– Yo también –dijo José-. Pero tal vez no es posible.
– Cuando se mueven las cosas se pierden. ¿Crees que el amor tiene que acabar?
– No, no debe –dijo José”.
Efectivamente, no debe, pero las cosas cambian. Además del cuñado de Nicole, ahora aparece Jean, un amigo francés. También la desea y José le permite, como a su hermano, una familiaridad supuestamente inocente. Él le pregunta a Nicole si puede visitarla en la librería donde trabaja. Ella dice que sí. Una tarde Jean se aparece y la conduce a su departamento. Nicole quiere abandonarse, encontrar el camino al abandono. Se deja tomar por Jean y a partir de ese día lo visita casi todas las tardes. En la noche, él va a visitarlos y los tres, Nicole, Jean y José, comparten la velada como si no hubiera pasado lo que ha pasado.
Un día Nicole le dice a José:
– “Estoy triste. Tal vez me he acordado de nosotros antes, como éramos cuando estábamos siempre solos.
– – Nosotros somos los mismos”.
Pero no lo son. La representación continúa. Ahora, además de Jean, aparece un amigo en su departamento. Otra vez una mirada, otra vez un tercero. Todo parece repetirse. Al final de la novela, Nicole acepta encontrarse con el amigo de Jean en el departamento de él. Él la toma por la cintura, pero no se deja hacer el amor. Él le pregunta si alguien día volverá. Ella dice que sí, sale, caminando sin rumbo, pensando que al fin se ha encontrado en su amor por José, y que la luz de ese amor la cubre por completo.
Nuevamente vemos el esfuerzo de García Ponce por describir la naturaleza profunda de la entrega amorosa. ¿Se es de alguien por acostarse con él, o con ella? Y en ocasiones, como lo afirma Unión, es precisamente la entrega a otro lo que provoca la conciencia de ese amor como una unión más profunda que trasciende la posesión física. Esta idea, en la que de alguna manera se unen las líneas narrativas de Klossowski, con su necesidad de un tercero que haga vigentes “las leyes de la hospitalidad”, y de Robert Musil, con su búsqueda de una unión casi mística, que vaya más allá del erotismo pero lo incluya, será una constante en las siguientes novelas de García Ponce.
Por otra parte, Nicole, como Genevieve en Pasado Presente, son mujeres francesas y establecen un espejo con Michelle Alban, a quien Juan dedica esta novela. La posibilidad de establecer este puente con la vida privada del autor nos la abre el mismo García Ponce en su última novela, al pretender dar un testimonio de una época y de un pasado del que formó parte y que pretende entregarnos a través de una crónica novelada.