Virginia, el personaje femenino de esta novela, le dice a su contraparte masculina –que una vez más no tiene nombre, como si García Ponce nos dijera que la identidad de los amantes masculinos tiene que ver con la posición que ocupan más que con lo que son o creen ser-: “No me gusta que me toquen. Yo lo quiero todo. Tiene que ser profundo como un árbol. No hay que vernos más”.

La búsqueda del absoluto de Virginia y su imposibilidad de encontrar ese absoluto serán la verdadera historia de esta novela, la que subyace debajo de la trama. Ella tiene una hija, mientras que él vive con su madre y unos perros, que jugarán un papel importante en la historia. Poco a poco se acercan, comienzan a tener relaciones sexuales y él le ofrece su mundo, un mundo representado por su madre, por la casa y por los perros.

La primera vez que ella fue a visitar la casa y a su madre, después, en el hotel al que fueron, le dijo que no le gustaban sus perros. Era una anticipación. Días después fue con la niña, que se identificó rápidamente y con naturalidad con la casa, con la madre de él, con la casa y con las mascotas.

Como si la madre estuviera esperando ese doble reconocimiento, el de Virginia y el de su hija, para desaparecer, poco tiempo después el narrador nos relata cómo se enfermó y después de unas cuantas semanas murió. Sin que se diga abiertamente, la narración nos sugiere una complicidad femenina que permite la transmisión. La madre le cede a Virginia a su hijo y a la casa.

El paso siguiente fue la boda. Después de los preparativos, finalmente Virginia llega a habitar la casa. Los perros, acostumbrados al viejo orden, no parecen entender que Virginia pretenda adueñarse de espacios que, seguramente para ellos, no le corresponden. El personaje masculino le dice entonces: “Terminarás acostumbrándote a ellos”. Sin embargo, poco después veremos que la necesidad de absoluto de Virginia y la exigencia de acostumbrarse a la realidad que le impone su pareja terminarán por crear una distancia imposible de conciliar, una distancia que poco a poco se fue creando asimismo entre Virginia y él.

Esa distancia y la tensión resultante empezó a adquirir la forma de un desorden, un desorden evidenciado por los perros, que suben las patas a la mesa y se comen los alimentos que están encima sin que Virginia haga nada por castigarlos o llamarles la atención. La vemos cada vez más perdida, sin centro. El narrador afirma: “Ella era incapaz de regresar a sí misma aun a través del OJO FALTA ALGO porque quizás de algún modo, sin atreverse a confesárselo, para ella su amor resultaba insuficiente y tampoco sabía cuál era, o se atrevía a hacer, el movimiento que los sobrepasaría, uniéndolos definitivamente”.

Una noche salieron a casa de unos amigos. Virginia bebió de más, dejó que la sacaran a bailar, entregándose a su pareja con una “sutil procacidad” y poco después le pidió a él que la llevara a un hotel. Allí, la soledad de cada uno se mostraba en el silencio que los rodeaba, como si no hubiera nada que decir porque el peso de la distancia era abrumador. Una distancia, para el narrador, que se convierte en una cercanía, una cercanía diferente que los engloba y que de alguna manera define el espacio de su amor.

Al final de la novela, ella afirma que está segura de que para él tampoco es suficiente lo que ella le da. Poco después Se abraza a él, le confiesa que tiene miedo y le pregunta qué quiere de ella. Él responde: “Lo que no puede mirarse, lo que tiene que ser mío sin serlo para que yo sea tuyo, para que los dos seamos uno del otro desde afuera; tú lo sabes, es posible, es lo que es nuestro más allá de nosotros”.

La novela termina con la visión de ella bañada por la luz de la luna. El narrador afirma: “Su figura envuelta por el camión tan ligeramente como la luz de la luna tocaba los objetos y revelada también por esa luz sin dueño en toda su maravillosa y hasta entonces intocada distancia, era sin embargo más real que nunca”.

La distancia como mecanismo de afirmación de la realidad. En esta novela podemos ver la influencia de Georges Bataille y el intento por describir lo innombrable, lo que sólo la literatura puede definir al crear el espacio que hace posible esa definición. Esta característica de la narrativa de García Ponce la veremos más adelante en otras novelas, quizá más intensamente después de que se hizo evidente la influencia de Robert Musil en su obra narrativa.