La novela inicia con una descripción de Roberto, el principal personaje masculino, pintor en busca de sí mismo y de la vida, como lo son casi todos los personajes de la narrativa de García Ponce. El narrador nos describe su infancia y su profunda relación con su hermana. Al hablar de ella, Roberto nos dice: “Teresa no era sólo una cómplice, sino la realidad del mundo que se abría de pronto, cotidiana y natural”. Esta capacidad de la mujer, del universo femenino, para abrir la contemplación y la realidad de la vida a quienes aceptan convertirse en testigos y se someten a las reglas que impone esa realidad, es sin duda una constante en las novelas de Juan.

Roberto decide pasar unos días en la casa de su amigo Manuel. Está un poco cansado de su relación con Luisa, su amante. Llega a la casa de su amigo y conoce a Regina, su sobrina, quien, sentada como una esfinge al pie de la alberca, le atrae inmediatamente. Ella está casada, pero su marido no está allí. Entre los dos se establece rápidamente un juego cómplice. Roberto la define: “La sorprendente mezcla de joven adolescente y mujer insinuaba en su figura la perturbadora posibilidad de un imposible equilibrio entre la sensualidad y la inocencia”. Este equilibrio es sin duda también uno de los motivos recurrentes de la obra de García Ponce, que inclusive da título a una de sus últimas novelas, Inmaculada o los placeres de la inocencia.

Después de unos días de convivir en la casa de Manuel, al pie de la montaña, todos regresan a la ciudad. Roberto lleva a Regina en su coche. Allí sostienen un diálogo. Ella afirma que no tiene ninguna moral verdadera, que sólo se deja llevar. Después señala: “No quiero que las cosas sean fáciles, quiero que sean verdaderas, como lo fueran una vez”. Roberto le contesta que entonces hay que buscar otra cosa y al preguntarle ella qué, él responde: “Convertir en bueno lo que te hace ser”. Si a alguna moral obedecen los personajes femeninos de la obra narrativa de Juan es a la fidelidad al camino que puede permitir la experiencia donde se muestra a la vez el vacío y la plenitud de la vida.

Mientras ése parece ser el propósito que guía la conducta de los personajes femeninos, los hombres encuentran en la mujer una forma suprema de conocimiento, el privilegio de, al verlas y amarlas, tener acceso a una nueva visión de sí mismos y del mundo: “Regina se había presentado como algo inevitable en cuya revelación él no participaba sino que era conducido a participar. Sólo así el mundo, que ahora aparecía disminuido, como si la presencia de Regina lo alejara, regresaría a él a través de ella”.

Para Roberto la presencia de Regina, que condensa “la aparición de la belleza, que muestra al mismo tiempo su carácter terrible, por fugaz e inapresable”, lo envuelve cada vez más. Como afirma el título de la novela, la lejanía de ella al no poder tenerla se ha convertido sin embargo en una presencia continua.

Un día Manuel invita a Roberto a la playa, afirmándole que Regina y su marido estarán allí. En el hotel donde se encuentran ella y Roberto se ven por las mañanas, muy temprano. A pesar de la distancia física, el deseo los envuelve, al punto en que una noche Roberto permanece en la puerta del cuarto donde pasan la noche Regina y su marido y los escucha haciendo el amor.

Al día siguiente ella le dice que sabía que él estaba allí. Lo invita a la playa, suben en una pequeña embarcación y Regina le pregunta:

– “Qué soy para ti?

– Eres la imagen de mi amor –contestó Roberto”.

Se adentran en el mar. Como afirma el narrador, era el principio y el final, y en esa unión se borraron en último termino las diferencias.

En esta novela García Ponce continúa la búsqueda por crear un espacio donde se describa el carácter ambivalente de la vida y de las relaciones amorosas. El mismo título es una contradicción, pero esa presencia lejana es precisamente la definición del espacio donde habitan Regina y Roberto, un espacio que sólo les pertenece a ellos dos, en donde están lejos del mundo e infinitamente cerca uno del otro.