La novela comienza describiendo la larga enfermedad de R., preso de una fiebre que lo mantuvo postrado durante semanas. Al salir finalmente de ella y comenzar a manejar, se encontró con Mateo Arturo, uno de sus excompañeros de la universidad, quien lo invita a que vaya a visitarlo a su departamento.
La acción de la novela tiene lugar en la ciudad de México poco antes de la matanza de Tlaltelolco. Al llegar al departamento de su amigo, le abre la puerta una joven y guapa mujer, de acento extranjero. Lo hace pasar y le dice, en su pobre español, que él no está. En el departamento está también Annie, la hija de la muchacha, que después sabremos que se llama Beatrice. Comienzan a tomar ron. Mateo Arturo no aparece y llega una hora en que su llegada parece imposible. La muchacha baña a su hija, se lava los pies, se coloca una bata y , sin hacerlo abiertamente, se muestra ante R. La aparente disponibilidad de ella impide que él se aleje. Cuando la niña se duerme, R. le quita la bata. Ella baja la cabeza hasta los muslos de él y besa su sexo. Después, el la toma, a pesar del tímido intento de ella de rechazarlo al final. Luego le pide a R. que se vaya y le dice que quizá su marido estará al día siguiente, que regrese.
R. vuelve a su casa. Todo parece irreal, como las calles, llenas de policías y soldados. R. sabe que lo único que desea es volver al departamento, ya no para encontrar a su amigo, sino para volver a encontrarse con Beatrice. Al día siguiente regresa. Ella lo recibe y la escena se repite, sólo que ahora ella se arregla con un vestido de noche, como si fuera a salir. Pero se arregla para R., o para recibir a quien ocupe ese espacio, a quien represente el papel que le toca a R. Al amarla de nuevo, el narrador nos dice que: “R. no era más que el objeto que le permitía entrar a sí misma y se quedaba aparte, teniendo su placer, pero no a ella, y R. supo que en ese momento tenía que llevarla hacia sí, hacer suya a la muchacha y no sólo a la figura que lo servía y ahora había pasado a servirse de él”.
Al despedirse esa noche, ella le dice, cuando él le pregunta si podrá quererla: “No tengas miedo. Soy de ti. Me encontrarás siempre, ya siempre. Te llamaré. Espérame”. Nunca más R. la volverá a ver.
Al día siguiente, no la encuentra. Toca recurrentemente el timbre; le pregunta al velador. No sabe nada. R. decide ir a tomar un café. A la salida, unos policías lo detienen. García Ponce se refiere a la policía como “una presencia fantasmal”, descripción bastante tímida si comparamos ese adjetivo con la macabra violencia de la época. Los policías llevan a R. a los separos, lo interrogan y después de una noche lo dejan libre, como lo hicieron con García Ponce después de detenerlo por haberlo confundido con Marcelino Perelló, el líder del movimiento del 68.
Las escenas que describen su detención y la de los demás muchachos no tienen fuerza; los estudiantes parecen revolucionarios alegres al estilo de Gavroche, el niño de Los miserables, y los policías son estúpidos pero poner en su boca “malas palabras” no provoca en el lector ningún tipo de temor. Todo parece una pesadilla grotesca pero vana, sin tener la carga de escenas semejantes en las obras de maestros como Beckett o Ionesco, donde el absurdo es mostrado como un elemento de la fatalidad, del desamparo y de la absoluta falta de sentido.
Al día siguiente de regresar a su casa, R. vuelve a buscar a Beatrice. Otra vez no la encuentra. Al bajar las escaleras R. se encuentra con su amigo Mateo Arturo, que le pide disculpas por no haber estado el día que lo invitó. R. le dice que conoció a su mujer y a su hija. Él le responde que es imposible, porque vive con sus papás y lo invita a pasar al departamento. Todo es igual, los muebles son los mismos, pero Beatrice y Annie no están, como si no hubieran existido. El padre de Mateo Arturo comienza a golpear a su hijo con un periódico, después de discutir sobre el movimiento estudiantil. Todo es irreal y absurdo. R. sale del departamento. Más adelante, ve a unos estudiantes haciendo una pinta y se une a ellos. La policía llega, él trata de huir y es alcanzado por una bala. Todo se vuelve opaco y R. muere, como si todo después de su enfermedad hubiera sido sólo un sueño irreal e inútil.
El hilo narrativo de la novela, a pesar del interés que despierta la descripción de la detención de R. por parte de las autoridades y las pálidas menciones del movimiento del 68, no se sostiene. La parte fantástica se acerca más a un episodio de la serie de televisión Dimensión Desconocida que a otra cosa. Quizá por eso García Ponce decidió más adelante retomar el tema del 68 en su obra más ambiciosa y compleja, Crónica de la Intervención.