La acción de la segunda novela de García Ponce tiene lugar en su mayor parte en las costas del sureste. El relato nos va contando la historia de dos amigas, Marta y Elena. La primera está casada con Eduardo y frustrada por el alcoholismo de él y la falta de horizonte de su vida en la casa de la playa. Allí llega de vacaciones Elena, una guapa soltera que está esperando a la vida, como dirán más adelante Inmaculada y Victoria en dos novelas que para este entonces Juan todavía no escribía.

La presencia de Elena rompe y al mismo tiempo exhibe la monótona rutina de las parejas, la falta de sentido de su vida y de sus relaciones, el sometimiento de todos a una realidad que no pueden cambiar, que los atrapa y que al mismo tiempo se ha vuelto como una droga que los inmoviliza y los alimenta. Elena permite que ellos se vean a sí mismos como lo que son y al mismo tiempo para los hombres es una presencia inquietante. Para las mujeres, quizá más que eso, es una suerte de espejo en el que se ven reflejadas.

Aparece Rafael, médico, pescador y amigo de Eduardo desde la infancia. Poco a poco Elena y él se van acercando, hasta que comienza una relación, en la que Rafael aparece, como los demás personajes, atrapado por el entorno. Elena, aunque se deja poseer y comienza a sentir ternura y cariño por él, no encuentra su lugar en esa vida tan lejana a la que lleva en la ciudad de México.

El tedio y la repetición de las escenas en los lugares y los cabarets donde Eduardo toma hasta emborracharse, la belleza inmóvil del mar y el tedio de las relaciones familiares se vuelven para Elena cada vez más opresivas. Poco a poco se da cuenta de que entre su amiga Marta y Rafael hay sentimientos que van más allá de la amistad, y de que ella ha venido a romper algo entre ellos dos. Mientras tanto, la muerte del papá de Eduardo hace que él y Marta se vean obligados a dejar para siempre la casa de la playa. De esa manera, el verano que han vivido allí los cuatro está destinado a no repetirse más.

“Todos estaban muertos, vivían sólo para ese momento o hacia atrás, recordando a los muertos”. Ese ambiente opresivo parece ser un retrato de la vida de las familias ricas de Campeche y Yucatán, a las que en la vida real pertenecían los hermanos García Ponce. La fábrica de cordelería de don Manuel, el papá de Eduardo, permite que su hijo viva sin preocuparse por cubrir sus gastos, como si el objetivo de esos negocios fuera simplemente funcionar para permitir el estilo de vida de sus dueños. Pero ese mundo se está acabando, y a la siguiente generación, como vemos en varias de las novelas de Juan, ya no le interesan los negocios como una forma de vida sino sólo como una manera de sobrevivir. La aparente libertad en el ámbito del trabajo amenaza convertirse en un vacío que puede atraparlos a todos.

Elena y Rafael se dan cuenta de que tendrán que separarse. Lo harán porque ella no pertenece al mundo cerrado en el que él vive y porque él no está dispuesto, aunque lo prometa, a venir por ella a México. Se separarán también porque la relación entre Rafael y Martha, la esposa de su mejor amigo, aunque Rafael afirme que nunca pasó de un beso, está continuamente presente y hace imposible la cristalización del amor entre Elena y Rafael.

Al final, los personajes que habitaban en la casa de la playa permanecerán presos de ese ambiente sórdido que los rodea. “Aquí nadie es. Se prolonga”, afirma Marta, tanto de ella como de los demás. Elena, por su parte, regresa a su soledad, sin haber logrado, como le pasó con su novio Pedro en la ciudad de México y ahora con Rafael en Mérida, Progreso y Campeche, encontrarse a sí misma ni como mujer ni como ser humano. Tendrá que seguir esperando.
Las descripciones de la novela se repiten hasta cansar al lector. Quizá sea un reflejo del tedio de los personajes, pero en esta novela García Ponce explica demasiado y lleva al lector de la mano sin mucha astucia literaria. Los personajes dicen una y otra vez que están tristes o que están contentos, en lugar de que el narrador nos muestre su alegría o su tristeza. Al final, es posible que más de un lector acabe atrapado por el mismo tedio que describe García Ponce en La casa en la playa.