A partir de dos cuadros de Balthus, “La calle”, en el cual la vida se muestra teñida por un toque de irrealidad cercano a la locura, y “Katia leyendo”, que muestra a una delgada joven de rostro ovalado, con una pequeña falda, leyendo un libro, García Ponce construye esta novela como una fábula, la fábula de la inocencia nunca perdida.
Cuando era niña, Inmaculada ve a su padre haciendo el amor con la que creía que era su madre. Poco después se entera de que esa mujer es sólo la esposa y que su verdadera madre murió poco después de que ella naciera. A partir de ese descubrimiento, la manera de afrontar lo que no le gusta será siempre la huida. Un día abandona la casa y la ciudad natal y se va a la gran ciudad, a casa de su hermano Alfredo. Allí permanece hasta que éste la sorprende besándose con un desconocido, la golpea y ella huye de allí para ir a vivir a casa de sus amigas Josefina y Andrea. Cuando ya es imposible que ella siga en esa casa, al sentirse traicionada por sus amigas, le pide al doctor Miguel Ballester, el psicólogo para quien trabaja, y que vive al lado del manicomio que él mismo dirige, que le dé alojamiento.
Con Miguel Ballester, Inmaculada sostiene una relación amorosa. Miguel la ofrece a su amigo Tomás Ibarrola, como después al pintor Ernesto Mercado y a un fotógrafo. Mientras todo eso pasa, el doctor le pide a Inmaculada que le cuente su vida antes de conocerlo. Ella le relata sus encuentros amorosos y él la anima a no detenerse, le hace sentir que se siente orgulloso de su capacidad de dejarse llevar y romper los límites. En consecuencia, cuando Inmaculada se encuentra ante la posibilidad de transgredir el espacio de la cínica para enfermos mentales, y el enfermero Arnulfo, después de acostarse con ella, le propone que algunos de esos enfermos sean sus clientes a cambio de sus servicios sexuales, ella acepta.
No pasa mucho sin que la sorprendan. Miguel despide al enfermero y a la encargada del pabellón. Le dice entonces a Inmaculada: “No debiste ir ahí. Puede ser peligroso. Despedí a Arnulfo, la enfermera del pabellón, a otras dos y a un enfermero. Pero eso es inútil. Habrá muchos más y los nuevos serán iguales. Tampoco tiene importancia. Lo importante es que decidas no volver”.
Inmaculada no regresa al manicomio, pero en cambio aparece Sebastián, el hijo del doctor que vive fuera del país. Entre todos deciden que Inmaculada se presentará sólo como la secretaria o ayudante del doctor y no como su mujer, y que Eleonora, la hermana de Rosenda, la mujer de Tomás, representará el papel de amante de Miguel. No pasa mucho sin que Sebastián se percate de la disponibilidad de Inmaculada y se acueste con ella. Le gusta tanto que le pide que se case con él.
Ante esa petición, Inmaculada huye y regresa a su ciudad natal. Allí había tenido un novio, Eugenio. Ella regresa a la casa de sus padres como si no hubiera pasado nada, el exnovio se acerca nuevamente, con el mismo tímido recato de antaño, e Inmaculada se casa vestida de blanco, ante la presencia de Miguel al que invitó a la boda. “Miguel fue a la boda. Entre los invitados que estaban en la puerta de la iglesia reconoció a Victoria con el largo pelo rubio y la nariz tan bien dibujada. No le era difícil imaginar lo que había pasado desde que Inmaculada dejase la casa. La vio bajar de un lujoso coche negro, vestida de novia. Se sentó en la orilla de una de las bancas y la vio entrar a la iglesia del brazo de su padre. En el cortejo, una niña que debería ser alguna de las medidas hermanas de Inmaculada iba adelante llevando una bandeja con las arras y el lazo de oro. Detrás, la madrastra de Inmaculada era conducida por el padre d Eugenio. Miguel contempló durante toda la ceremonia a Inmaculada de espaldas con el gran velo colgando hasta mucho más allá de su silla. En varias ocasiones, ella mostró su perfil al volverse para mirar a Eugenio y la primera vez hizo hacia atrás el velo con un gesto impaciente. Inmaculada salió del brazo de su marido. Recibió las felicitaciones en el atrio. Había una gran cola. Miguel se formó y llegó el momento en que estrechó su mano y la besó en la mejilla. Era la última vez que veía a Inmaculada”.
Inmaculada espera a la vida, como Victoria, la protagonista de La vida perdurable. Y al contrario de la fragilidad de aquélla, Inmaculada no cuestiona jamás lo que hace. Todo tiene una coherencia psicológica que sólo tiene cabida en las fábulas. No importa quién la use ni cuántos ni a través de la voluntad de quién; Inmaculada goza, hace gozar y, cuando alguien atenta contra esta libertad, ella huye, como seguramente, podemos imaginar, lo hará después de un tiempo de casada con Eugenio.
Inmaculada es inocente, o el narrador pretende que lo sea, porque es intocada, porque, a pesar de la entrega de su cuerpo, siempre mantiene una distancia, como la de la pintura. Cuando Miguel Ballester contempla los cuadros que Ernesto Mercado pintó a partir de las figuras de ella y de Rosenda, afirma que ellas tienen “una distancia intocable, que puede hacerlas aún más tentadoras, pero anula todo riesgo y deja al espectador a solas con su imaginación”. Esta afirmación es quizá una descripción de la propia novela, en la que la coherencia de Inmaculada la convierte en un personaje atractivo pero lejano para el lector.