A diez años de haber publicado su anterior volumen de cuentos, García Ponce vuelve a explorar el género con Figuraciones, un libro que agrupa cinco relatos atravesados por un tema reiterado en la obra del autor: el deseo.

“Anticipación”, “Envío”, “Enigma”, “Rito” y “Retrato” son los cuentos que lo conforman. Los relatos se entretejen y le otorgan un efecto de unidad al libro. Asimismo, éste tiende lazos con el resto de su obra con la cual entra en serie en tanto que constituye otra construcción sobre temas recurrentes en los diversos textos: el deseo vinculado a la transgresión de las normas sociales; el deseo como disparador de la escritura; el deseo, que irrumpe en la vida de los personajes para transformarla, como obsesión ajena a la razón, forman una línea de lectura que se expande intra e intertextualmente. Sin embargo, los cuentos de Figuraciones poseen un plus de significación: el deseo de recordar como móvil de la escritura. La preocupación de los personajes-narradores por recordar y dar sentido a la historia: historias de un deseo que la memoria mantiene vivo y que la escritura sostiene en una tensa cuerda que captura al lector.

Se trata de escenas que pertenecen a la zona de la vida privada y que cobran sentido porque la memoria las reconstruye y la escritura las fija. Los acontecimientos vividos se vuelven significativos si son narrados, al ser narrados. De ahí el título que remite a la singularidad de este libro. Podemos leer “figuraciones” como “representaciones”, construcciones de escenas, como la escritura mostrándose a sí misma. El trabajo con la memoria resulta, entonces, el móvil de la creación, la epifanía que surge del deseo no sólo erótico sino del deseo de escribir.

En este sentido, el libro pone en escena una poética. Como ya señalara Ángel Rama, García Ponce despliega una escritura intimista. Los personajes de sus relatos y el narrador manifiestan una actitud de rechazo de las obligaciones sociales y se sumergen en una atmósfera privada, explorando los móviles del erotismo, las zonas oscuras donde el deseo se manifiesta, fuera de las referencias al orden social, político e histórico.

El lector asiste a descripciones donde la mirada se regodea en la morosidad del detalle más preciso. Un tono lento y voluptuoso domina la narración. Una escritura voyeur, que permite al narrador y al lector inmiscuirse y mirar las escenas del mundo íntimo e interior –los deseos más ocultos- de los personajes. García Ponce construye una erótica de la mirada que, a través de la escritura, hace visible, revela lo invisible, lo que debe ser “socialmente” ocultado: los artificios del deseo, los móviles del placer.

Memoria y deseo son, entonces, dos ejes desde donde abordar los relatos. Ya desde el primero, “Anticipación”, asistimos a un narrador que se afana en recordar una escena de juventud. Ésa que le da sentido a su vida y que, por otra parte, constituye el nudo autorreferencial del relato, ya que explicita la preocupación del narrador: ¿cómo narrarla?, ¿cómo dar coherencia o unidad a esa sucesión de acontecimientos que la memoria, fragmentaria por naturaleza, trae? Precisamente es en el espacio de la narración donde se recomponen los recuerdos y la vida recupera, para el personaje, su sentido. La memoria llena un vacío y reactualiza un deseo: el de la mujer amada. Esta misma cuestión aparece planteada en el siguiente relato, “Envío”. Asistimos aquí a la evolución de una relación amorosa narrada desde la ausencia y el recuerdo. Se escribe porque la mujer, objeto deseado, está ausente. En este sentido, conviene recordar a Roland Barthes en sus Fragmentos de un discurso amoroso. Barthes sostiene que la escritura amorosa nace de una ausencia y que el deseo, a la vez, se sustenta en él. La escritura –agrega- no sublima nada, no compensa nada, es precisamente, ahí donde no estás: tal es el comienzo de la escritura.

De este modo, el deseo se proyecta en los relatos de García Ponce en dos direcciones: por un lado, en torno a los cuerpos, en especial al cuerpo femenino, objeto que se expone, como una obra de arte, a la contemplación. Por otro lado, alrededor de la escritura, la preocupación por escribir a partir del recuerdo. En esta segunda línea, el deseo deviene epifanía. El narrador afirma en “Envío”:

“Quizás quiero utilizarte como pretexto para contar una historia, ¿pero qué interés puede tener esa historia, hubo una historia entre tú y yo? Tiene que haberla habido porque toda sucesión de acontecimientos va creando una trama, y tú y yo vivimos, tal vez sin darle importancia pero viviéndolos porque nos atraía estar juntos, una serie de sucesos.” (p.36)

Al escribir no sólo se recuerda, sino que se teatraliza la escena erótica. El cuerpo femenino se expone a la mirada de los otros. Es el caso de Rosa en “Enigma” y Liliana en “Rito”, personajes que se constituyen a sí mismas en escenas, objetos destinados a la contemplación. El juego de los cuerpos en el encuentro de los amantes surge como un espectáculo a ser visto por otros personajes de la misma manera que es visto/leído por el lector. Una escritura voyeur que crea un lector voyeur. El erotismo está fundado en la mirada que es lectura de un doble cuerpo: el de los personajes y el de los textos.

Memoria-deseo-mirada-escritura son los ejes que recorren el libro, combinándose para dar lugar a diferentes historias con un factor común: la transgresión. El deseo burla el interdicto. Las normas sociales son cuestionadas, excluidas por él, siempre transgresor, irracional. En este sentido, la crítica ha señalado en reiteradas oportunidades el vínculo entre la obra de García Ponce y la de George Bataille en cuanto al quiebre de las convenciones sociales desde el espacio erótico.

Los personajes de “Envío” tejen su relación en los márgenes de la norma moral de clase dentro de la que se mueven. Los personajes de “Retrato” padecen un arrebato que los condena. Lo mismo le ocurre en “Enigma” al personaje de Ramón Rendón, médico psiquiatra, paradigma de la racionalidad, quien repentinamente se ve arrastrado y arrasado por un deseo incontrolable que se convierte en una obsesión: el deseo de Rosa, la nana de sus hijos. Con un registro medido, racional, que adopta el punto de vista del personaje y que parece parodiar el discurso científico, el narrador nos sumerge en una relación que ocurre fuera de todo orden social, de las condiciones de clase y, sobre todo, distante de las condiciones familiares. El deseo burla no sólo la razón del Dr. Rendón, sino también uno de los espacios inocentes de la casa: el cuarto de los niños.

Inquietante y hedonista, la escritura es, en sí misma, una transgresión, no sólo por los temas sino porque es un trabajo con el cuerpo del lenguaje. Así lo declara García Ponce en la introducción a su novela El gato. Es construcción de la imagen, representación, “figuración” que hace visible el deseo.

Erotismo, cuerpo, escritura, conjugados todos a partir de la mediatización de la memoria, hacen de Figuraciones otra variable desde la cual el autor nos lleva a cuestionar los secretos del deseo y los artificios de la literatura.


México: F.C.E., 1982, 167 pp.