El diseño de portada de El gato y otros cuentos de la edición de Fondo de Cultura Económica, Lecturas Mexicanas (1984) presenta un bello tapiz bordado con la figura, casi completa y en primer plano, de ese felino. Nutridos puntos, diversos en su relieve y colorido, conforman la cabeza, mientras que el cuerpo se delinea con bolillos aislados e hilvanes que dejan entrever el lienzo blancuzco que lo soporta, el que simultáneamente muestra su trama y urdimbre. El motivo de la representación y su formato están hechos de la misma sustancia – una suerte de puesta en abismo de su propia materialidad – tal como se modela la red de significación que entramada en los seis relatos –”El Gato”, “La plaza”, “Anticipación”, “Envío”, “Enigma”, “Rito”- establece cruces significativos en la poética de Juan García Ponce con cada enlace.
Es ya un lugar común decir que las palabras “textil” y “texto” provienen de la misma raíz latina y que esa relación etimológica ha sido fecunda para asociar los textos con los tejidos. Pero la casualidad o intencionalidad editorial permiten que el primer contacto con el libro provoque un desplazamiento metonímico entre el ícono de tapa y el lenguaje como signo: los hilos que unen la pluralidad de los significantes, los intertextos, la diseminación de significados en una textura que también exhibe en sus blancos lo no dicho prefiguran el efecto de las acumulaciones, hiatos y contigüidades que consiguen estas ficciones en su conjunto.
Desde esta consideración, La plaza encuentra su inserción en el conjunto: las sensaciones fugaces e imperceptibles, la posibilidad de hacerlas comunicables y trascendentes, los lazos invisibles entre las personas y los lugares, y el regreso a través de la memoria a una temporalidad que desde la lógica se dice pasado son los temas que revisa este breve cuento.
Para García Ponce, escritor y crítico de arte, la imagen como recurso expresivo es un elemento dinámico y central de su poética: es texto, es matriz productora de relatos, es el punto de partida y también de llegada de los recuerdos de los personajes. Mental-visual, su tratamiento enfatiza no sólo su carácter figurativo sino también su potencialidad narrativa.
“Anticipación” y “Envío” son quizás los cuentos que exhiben con mayor claridad la interacción permanente que la vincula con la palabra.
A1, protagonista de “Anticipación”, podrá encontrar un sentido a los designios arbitrarios y poco explicables de su existencia cuando descubre cuál es la imagen más importante de su vida – la de una muchacha que ha amado- que, asegura, será la última que verá antes de morir. Esta epifanía le permitirá realizar una conversión más –entre otras- : el pasaje de personaje a narrador. A1 cuenta su historia a A2, se apropia de la palabra en el relato haciendo cobrar entidad a esa imagen, inmóvil y eterna cuya “materialidad se afirmaba desvaneciéndose” a la que describe, interroga y aproxima a variadas definiciones: la imagen del amor, de la perfección de la vida, de la belleza.
Alrededor de sus especulaciones y experiencias, A1 irá construyendo una teoría estética que vincula la imagen con la temporalidad, la memoria y la percepción. El justificativo para contar esta historia se halla en el acto mismo de narrar puesto que la palabra será el vehículo que hace irrumpir sus representaciones internas.
Nuevamente una mujer, pero ahora desde una fotografía, será la imagen convocante de una narración. En “Envío” aparece mediante la evocación de un escritor joven que ausculta el vínculo entre la imagen y el pensamiento, la temporalidad ligada o desligada de la existencia. Este personaje establece una marca diferencial respecto de A1 porque es consciente de que sus recuerdos en imágenes, tanto de las acciones como de las sensaciones, serán materia prima de una ficción: “quizás quiero utilizarte como pretexto para contar una historia” , dice mientras hace avanzar la narración.
Las historias presentan gradaciones de intensidad y perspectivas subjetivas en el nivel de la visualización de la imagen. En este caso, el narrador puede ver – después de un proceso de reconocimiento de sus percepciones difusas matinales – con una carnadura cercana a lo real y en tiempo presente, las imágenes que acuña en la memoria: “ahora, al recordar tus palabras vuelvo a verte en el momento de decirlas”.
En algunos tramos del relato éstas fusionan los planos temporales y espaciales anulando el eje cercano-lejano que impondría la evocación pero que también le permiten al narrador teorizar acerca de la distancia que media entre el original y la copia, es decir entre la vida y el artificio. Subyacen reflexiones sutiles sobre la escritura desde los verbos utilizados por el narrador: contar, contarse, confesar, asentar, traducir, averiguar, autoanalizar hasta la resignificación que “Envío” adquiere en su título y en el desenlace. El envío, la estrofa final de la canción amorosa de origen trovadoresco a la cual Petrarca da forma definitiva, es el fragmento metapoético de la composición así como la metanarratividad que caracteriza a este relato. El envío de una postal con la imagen de la Dánae de Tiziano desde Europa es también el último gesto de su amante, con el que clausura esa relación en el supuesto mundo real pero que la prolonga en el erotismo que despierta en los pensamientos recurrentes del narrador.
El sentido de la vista goza de un privilegio en este libro, en el que mirar ya es gozar. En el resto de los cuentos se destaca la observación directa de los personajes: “él la estaba admirando y gozando con la exposición de su cuerpo”. Se mira al objeto de deseo ya sea a través de la fragmentación del cuerpo de la mujer al hacer referencia a pechos, pezones, hombros, espalda –”Enigma” y “El gato”- o desde la perspectiva del voyeur – “Rito”-.
En estos tres textos el erotismo se hace más explicito aún que en “Envío”. Tal como prescribe el género, el deseo y el placer sostienen el relato. Para el exitoso y joven subdirector del Pabellón de Psiquiatría de un prestigioso Instituto Neurológico, Ramón Rendón, protagonista de “Enigma”, su autocontrol se quiebra cuando sus pulsiones no pueden reprimirse ante el universo misterioso y placentero que le prodiga Rosa, la niñera de sus hijos. En esta reelaboración del tópico del doble – una suerte de Dr. Yekill y Mr. Hyde que se convierte en su propio caso de análisis – Ramón se desrealiza, se vuelve otro para sí mismo y sus hipótesis procuran racionalizar la etiología de sus inexplicables deseos.
Junto con los otros personajes, también desdoblados desde su punto de vista – Rosa es una joven simple de día y la encarnación de la libido en estado puro por las noches-, la temática de la identidad queda contrapuesta a la poderosa fuerza del inconsciente que no es represora sino liberadora. Ramón, comprometido con su rol, atento con las normas regulatorias de la sociedad, pagará el precio de la locura.
No es el caso de los personajes de los cuentos que abren y cierran el libro. El triángulo amoroso es central en “El gato” y “Rito”, pero el deseo y la trasgresión se vivencian con naturalidad. El pequeño gato se convierte en una fuente de erotismo y en un nexo indispensable para la pareja de D y su amiga. Su presencia “llenaba ese vacío que parecía abrirse inevitablemente entre los dos”. Después de la fiebre que lo mantiene inconsciente por unos días, D comprende sin culpabilidad que el gato “quizás no es más que una parte de nosotros mismos”.
Cada triángulo parece diseñar una teoría de la comunicación, con códigos, señales y silencios que aprenden a interpretar los participantes en la intimidad del microcosmos de sus departamentos. En “Rito”, la conducta liberal de Liliana y la condición de voyeur de Arturo, su marido, repiten una rutina de perversión erótica que al principio sorprende pero finalmente acepta el tercero, un conocido casual. El extravío y la inconsciencia placentera que depara a la pareja las situaciones que provocan no se confrontan ahora con las instancias psíquicas sino con el éxtasis religioso. El pasado de recato, cuasi monjil de Liliana, ha dejado una huella imperceptible en la pareja, transmutándose en el polo opuesto, en una opción necesaria. Las palabras que diseminadas en el relato connotan el campo semántico de la religiosidad y lo sagrado – culpa, señal, pureza, deslumbramiento, revelación, veneración, redención – se desplazan al erotismo profano.
Una lectura transversal permite detectar claves que articulan las narraciones: planos superpuestos y líneas de sentido conexas promueven simultáneas posibilidades de significación. Los cuestionamientos filosóficos que emergen en los enunciados, en las preguntas retóricas y en las entrelíneas, revisitan aquellos interrogantes que inquietaron a las tradiciones: el ser, el tiempo, la identidad, la conducta humana y sus motivaciones, los personajes habitados por un papel que actúan, el estatuto de la realidad y la ficción.
Cada cuento aborda con mayor profundidad un aspecto que bordearán los que le siguen enhebrados con sutileza como se borda un tapiz, combinando hilos que provienen de una vida secreta que se inicia en el revés de la trama.
Juan García Ponce
FCE. Lecturas Mexicanas
152 pp.