GARCÍA PONCE: PREMIO A UN ESCRITOR INDECENTE

Como informó la Crónica del domingo, el viernes pasado le fue entregada a Juan García Ponce la medalla Eligio Ancona. La ceremonia, en el Palacio de Gobierno de Yucatán, con la presencia del gobernador Cervera Pacheco y un grupo de notables, fue conmovedora, a pesar de los detalles infaltables -un coro estatal interpretando, para homenajear a Juan, “a la víbora, víbora de la mar”, acto absolutamente inocente con respecto a su literatura, así como una dramatización de algunos de sus textos, que lo hacían parecer más bien como un escritor costumbrista-. Pero más allá de la anécdota, para los allí presentes la premiación se convirtió en un homenaje a la literatura y su capacidad de describir la nostalgia. En primer término, Sergio Pitol, a quien García Ponce le pidió expresamente escribiera algo para esta ocasión, hizo una emotiva semblanza. Recordó que la primera vez que se encontraron, los dos estaban leyendo a Henry James. Habló de que pronto Juan se convirtió en una “amistad absolutamente necesaria”, en “el líder natural de una generación” y que siempre ha sido “el escritor más implacablemente exigente consigo mismo que conozco”. Recordó a los escritores más queridos de García Ponce: Mann, Pavese, Musil, Broch, Lowry, Heimito von Dodeder, Proust, Gracq, Nietzche y Pierre Klossowsky, algunos de ellos sólo conocidos en aquella época por Juan, lo que demuestra su excepcional instinto literario. También habló de su obra narrativa, a la que describió como “un bosque espeso de tensiones”, donde lo importante es la corriente que fluye por debajo de los hechos. Crónica de la Intervención es una absoluta obra maestra y García Ponce, concluyó Pitol, es un escritor que forma parte de una tradición que se nutre de la subversión y “el dueño de un mundo y un lenguaje irrepetibles”.

 

Por su parte, Juan García Ponce, a través de la voz de su hijo Juan García de Oteyza, quien viajó desde el consulado de México en Nueva York para recibir el premio a nombre de su padre, señaló que “quizás el destino de la literatura sea provocar resurrecciones” y que “todo se lo debo al hecho de haber sido un niño yucateco”. En su texto, García Ponce evocó su infancia, los paisajes de entonces, los cenotes, su nana, las distintas casas en las que habitó en Mérida, hasta remontarse a aquella en la que nació. Al final, afirmó: “No soy un escritor decente, pero creo que la misión de la literatura es abrir el campo de la experiencia”.
Noche nostálgica por la presencia tanto de la familia de Juan como de su hijo; por la cálida evocación de Sergio Pitol; por los recuerdos que García Ponce trazó de paisajes de su infancia; noche teñida por la melancolía y, como dice Gilberto en De Anima: “La vida es maravillosa por el simple lugar común de que jamás podemos suponer lo que va a ofrecernos y luego es posible evocarla”. Y la literatura, por supuesto, es el espacio de la evocación, porque como dice García Ponce en El libro: “¿Qué otra cosa puede ser la literatura sino el hallazgo del pretexto adecuado que nos permite regresar siempre al lugar al que queremos habitar?”
Texto de José Antonio Lugo


Crónica, UNAM, 19 de septiembre, 1996.