“Contra viento y marea estoy vivo y a lo largo de mi vida, que ya casi me pesa demasiado, he recibido muchas distinciones. Entre ellas mencionaré solo dos: la Cruz de Honor por Ciencias y Artes de Primera Clase otorgada por la República Austriaca y el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo que además tenía la enorme ventaja de ser no sólo un importante reconocimiento, sino de contar con cien mil dólares de los cuales vivo hasta ahora y espero vivir hasta mi muerte que, dada mi edad, no puede estar muy lejos.
Pero nada de eso me causa tanto gusto y tanto honor como ser premiado en Mérida. Ya me han declarado Yucateco Ilustre estando presente mi madre y sin que mi padre pudiese oír los elogios que injustamente me dirigía el Gobierno del Estado, porque estábamos en el Palacio Municipal y mi padre no podía subir escaleras; ya he tenido la suerte de ganar el Premio de Literatura Antonio Médiz Bolio; la Medalla Eligio Ancona y mi obra de teatro El canto de los grillos se ha presentado, me dice mi hermano Carlos, con mucha frecuencia. Soy yucateco y ése es mi máximo honor.
Cuando llegué a México a los doce años por avatares familiares de los cuales no voy hablar porque adoro a mi padre y a mí madre, desgraciadamente ya muertos, me decían “boshito” y yo pensaba que ellos eran unos “guaches”, lo cual fue motivo de innumerables pleitos. Pero todavía ahora, cuando escriben sobre mí, ponen, para no repetir tantas veces mi nombre, “el escritor yucateco”, y eso me encanta.
También quiero contar una coincidencia fantástica: vivo en la Calle Alberto Zamora a la cual se llega por otra calle que se llama Felipe Carrillo Puerto, en verdad el yucateco más ilustre que ha existido después de que los mayas construyeron las maravillas que son Uxmal y Chichen Itzá. Tengo ganas de interrumpirme para decir una bomba como si estuviera en una vaquería: “quisiera ser la cicatriz que tienes en tu bobosh para que al hacer chichís, me rasques un poco bosh”, pero basta de hacer bromas, es solo un pretexto para disimular mi auténtica y profunda emoción al recibir la Medalla de Honor Héctor Victoria Aguilar que hoy me otorgan, aunque si quiero ser exacto, debo señalar que la virtud nunca ha sido una de mis características. En cambio, sí puedo enorgullecerme de mi fidelidad a mi vocación a escribir. Esa ha sido mi verdadera vida, a pesar de todas las veces en que mis deseos se han dirigido además de escribir, a alguna mujer. Pero al escribir de hecho se agranda el campo de la experiencia haciendo legítima para todos, si lo que se escribe es en verdad importante, una nueva forma de vida.
Quiero agradecerles profundamente y agregar que este texto lo lee mi ayudante María Luisa Herrera, y espero que si hay algún periódico que se ocupe de la Medalla no cometa el error de decir “mi asistente” lo que huele a que es mi enfermera, cuando lo que hace es escribir lo que le dicto, en una muy vieja máquina que uso desde que empecé a escribir públicamente, al ganar el Premio en la Ciudad de México con mi obra de teatro El canto de los grillos y que me entregó el entonces presidente Adolfo Ruiz Cortines. Ahora ya soy viejo y ni siquiera puedo escribir por mí mismo. Desde hace casi trece años María Luisa Herrera lo hace por mí. Gracias a ello puedo hacer que diga ahora, una vez más, gracias, muchas gracias por que mi Yucatán supone que soy un yucateco destacado”.
Yucatán, 21 de enero de 2003