FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO EN EL PALACIO DE MINERÍA

VELADA CON JUAN GARCÍA PONCE
Verónica Díaz

Todo estaba dispuesto para la reunión entre camaradas; el pretexto, uno más de los que, dicen, se inventaba García Ponce para festejar.

Por una ocasión fuimos invitados a espiar al escritor Juan García Ponce. Fue la noche del martes en una velada como aquellas que tanto disfrutaba en compañía de sus amigos, desde cuya memoria se mostró tan irónico y vivaz como siempre, sólo que esta vez sin el deleite de un martini entre sus labios.

Todo estaba dispuesto para la reunión entre camaradas; el pretexto, uno más de los que, dicen, se inventaba García Ponce para festejar, fue un homenaje en su honor en el Palacio de Minería.

Cada evocación de sus compañeros artistas permitió que los curiosos que ahí nos congregábamos, vislumbráramos a Juan García Ponce en una dimensión más cabal, más humana.

Para ello contamos con las palabras de nueve de sus más entrañables amigos, quienes a golpe de anécdotas trascendieron aquel momento de su muerte el 27 de diciembre: Manuel Felguérez, María Luisa Herrera, Raquel Serur, Alberto Castro Leñero, Adolfo Castañón, Hernán Lara Zavala, José de la Colina, Héctor García, Juan José Gurrola y Roger von Gunten.

Los nueve artistas nos permitieron ver al escritor en la sala de su casa, durante su infancia en Mérida, en sus largas contemplaciones del arte pictórico, en sus agudas discusiones acerca del arte y también, en sus facetas de boy scout, de conquistador de mujeres y en medio de parrandas.

A través de sus palabras, fue posible, ver cómo en medio de la fiesta, la silla de Juan García Ponce, era subida en andas entre malabares y carcajadas, hasta la cima de una montaña de rocas volcánicas donde Alberto Castro Leñero construía su casa.

Felguérez pintó a un joven competitivo que ante una tarea de su grupo de scouts, era capaz de adelantarse un día en la recolección de troncos, por el puro placer de ganar a sus compañeros.

Los invitados vivimos durante dos horas, los escándalos que García Ponce era capaz de armar, altercados de la dimensión de aquella polémica ocurrida en 1964, cuando en el Museo de Arte Moderno fungió como jurado y le otorgó el premio a su hermano Fernando García Ponce: “Yo no soy Caín para matar a mi hermano”, dijo el escritor y cerró el tema.

Se recordó, cuando fue aprehendido en 1968 porque la miopía policial lo confundió con Marcelo Perelló, quien entonces también estaba en silla de ruedas. Se habló de su solidaridad y amor por los pintores de dos distintas generaciones, las comilonas estilo yucateco a cargo de Eugenia, su cocinera; su afán detractor del poder y sus eternas bromas en serio.

Cierta ocasión iban en un coche Juan García Ponce y Juan Vicente Melo, éste le dijo que tenía ganas de morirse. El autor de El gato respondió entonces abriendo la puerta y lanzándolo con fuerza al vacío. “Con eso le quité los ímpetus suicidas a mi amigo”, contaba.

Nada como su ironía, revivida por Raquel Serur, cuando al término de una traducción de un texto de Joanne Carson acerca de la muerte de Truman Capote le soltó: “Ante la muerte todas somos unas gringas pendejas”.

Como todo ejercicio supremo de inteligencia, esta actitud del cuentista provocaba las respuestas menos inesperadas. Alguna vez le dijo a Castro Leñero que “la belleza era una puta o algo así”, lo que ayudó al pintor a establecer límites y a centrar su arte.

A pesar de su ausencia, el humor no podía faltar en esta celebración. Frente al retraso del fotógrafo Héctor García, José de la Colina lo atajó: “Llegas tan tarde, que Juan ya se fue”.


Milenio, 26-Feb-04.