Cuando fue publicada La consagración de la primavera de Alejo Carpentier me acerqué a Juan García Ponce para conocer su opinión sobre la novela.
Ningún libro de Carpentier me gusta -me dijo con una sonrisa. Es un escritor de diccionario que siempre usa palabras raras. Quiere nombrar cada cosa con su nombre correcto y eso me aburre soberanamente. Si te interesa la riqueza verbal del español en serio acércate a Lezama Lima.
-¿Paradiso?
-Paradiso. También busca La fijeza.
-Te gusta Lezama.
-No me gusta… me encanta.
Y vaya que le encanta. En el librero en que se encuentra toda la obra garciaponciana también están los libros de Octavio Paz, de Jorge Luis Borges y de José Lezama Lima.
Antes de irme me pidió que tomara un libro de Lezama, Dador, y me pidió que leyera la dedicatoria: “Para Juan García Ponce por su novela donde algún día encontrará lo cubano, como un personaje que sale de la noche clara e invidente, de J. Lezama, enero 1968”.
Ignoro en qué medida se cumplió o no la profecía de Lezama de hace más de treinta años. Sé, en cambio, que García Ponce y él compartieron una total dedicación a la literatura y un interés por acercarse al despertar del cuerpo a partir de la experiencia literaria.
II
No hay un rincón en la casa de Juan que no tenga que ver con su literatura: la figura de paja de su primera novela está sobre la chimenea; el libro de pastas anaranjadas de Musil que aparece en El libro es el mismo que se ve en su biblioteca y el mismo que tradujera para que uno de sus amigos pudiera leerlo en español; los dibujos de Roger von Gunten que sirvieron para ilustrar su famoso cuento “El gato” cuando fue publicado por primera vez, me parece, en la Revista de Bellas Artes. No sólo eso: las dos pasiones de las que dan cuenta sus numerosos ensayos, también dieron forma a su casa: las paredes en lo alto sirven para colgar cuadros y en la parte inferior para sostener libreros. “Todos los cuadros que tengo, me dice, me los han regalado. Todos”. Y como buen obsesivo me pide enderezar uno de los cuadros de Von Gunten que está ligeramente inclinado: -¿Así? -No, un poco más. Muy bien.
III
No recuerdo si en su estudio, García Ponce tiene una fotografía de Pierre Klossowski y otra de Robert Musil (“para mí el escritor más importante que ha existido”). Recuerdo en cambio que su mesa de trabajo es una réplica exacta de la que tuviera Musil y que en la correspondencia de García Ponce con Klossowski el escritor francés lo ha llamado “mon frère” por la afinidad de temas y por la coincidencia, incluso, en la publicación de novelas de tramas similares.
IV
En 1968 detuvieron a Juan García Ponce cuando salía de Excélsior. Luis Cardoza y Aragón recordó hace tiempo que a Juan lo sacaron de su silla y lo arrojaron a la calle. Lo habían confundido con un dirigente estudiantil que también andaba en silla de ruedas: Marcelino Perelló. Eso ocurrió el 4 de octubre, después de que él, Nancy Cárdenas y Héctor Valdés acabaran de llevar a Excélsior el primer manifiesto de protesta por la masacre de Tlatelolco. En los separos, refiere Monsiváis en Parte de guerra, hostigaron especialmente a Juan, quien hizo gala de un enorme desprecio a sus raptores. “Me lo imagino -escribe Monsiváis: verdaderamente, ¿no? Estos tipos ni siquiera saben hacer preguntas. Están jodidos. Y se molestaron porque les dije: ‘Si quieren saber lo que pienso lean mis libros. Les llevará tiempo y esfuerzo pero conocerán mi pensamiento’ “.
V
Hace algunos años un par de amigos y yo nos acercamos a Juan García Ponce para pedirle ayuda. Como queríamos publicar una revista le pedimos un texto, un cheque y que nos diera un taller de literatura. Después de una larga conversación que concluyó con tres martinis, salimos de su casa con la promesa de que en una semana tendríamos un texto, un cheque y la primer sesión del taller. Así fue.
Aunque desconozco cómo funcionan los talleres literarios estoy seguro que el que nos dio Juan García Ponce fue estupendo. Era como una larga y divertida conversación en la que básicamente hablábamos de autores y libros. Allí fue la primera vez que supe algo de Heimito von Doderer y de Robert Musil.
Las lecturas que hacíamos no respondían a ninguna cronología ni corriente estética, sino a la mera curiosidad y al ritmo de la conversación. Leímos a Lezama, Rilke, San Juan de la Cruz, Klossowski, Kafka, Dostoievski, Balzac, Borges, Salgari, Paz, Bataille, Villaurrutia, Rulfo, Gorostiza, Cuesta, Capote, Novo, Flaubert, Tanizaki, Miller, Pavese, Proust, Eliot, Mann, Cernuda, Nietszche, Heidegger, Kafka, Arreola. Nos deteníamos en las formas de construcción, en el tramado oculto que sostiene a las obras, en imágenes y referencias.
El fin de la sesión era el principio del chisme que brotaba con mayor facilidad a medida que los martinis aumentaban. Los juicios de Juan sobre algunas personas eran lapidarios: fulano de tal, nos decía, “es un imbécil”; mengano, un “pésimo escritor” y zutano, “una mala persona”. Su humor negro, su curiosidad intelectual y su memoria eran, son, asombrosos.
VI
El crítico Jorge Olmo publicó hace años en la Revista de la Universidad varios textos que Juan García Ponce podría firmar como propios.
VII
Los gatos reales e imaginarios son una presencia constante en la vida de Juan García Ponce. El jardín de su casa es un pequeño cementerio que encierra a aquellos gatos que cambiaron de costumbres.