-Me desperté tarde -explicó Julia y en seguida, mirando a Marina junto a ella en la cama, preguntó-: ¿No tienes calor vestida de negro?
Marina le sonrió por primera vez.
-Lo sentí viniendo para acá -dijo.
Seguía mirando a Julia cuando automáticamente, como si esa fuera la única acción posible, se desabrochó los tres primeros botones de la blusa.
Fue Julia la que sonrió esta vez. ¿Iban a estar sonriéndose toda la mañana o es tan sólo la falta de imaginación del escritor?
No fue así. Inmediatamente después, Julia comentó:
-En cualquier forma, te ves muy bien de negro.
-Y tú de blanco -contestó Marina.
Su mano ya estaba acariciando la mejilla de Julia, se extendía con la palma sobre la boca de ella, no esperó a que Julia se la besase sino que se dirigió hacia su oreja, con unos pequeños y redondos aretes de oro y cubierta por un apenas perceptible vello.
La mano de Julia fue mucho más osada: se extendió por la blusa recién abierta de Marina, entró bajo el sostén, acarició uno de los pechos mucho más rotundos que los de ella y llegó hasta el pezón.
Marina, con la mano de Julia acariciando sus pechos, suspiró.
-Estaba segura de esto apenas te vi.
-Yo no. Ni siquiera lo esperaba -mintió Julia y todavía agregó-: Es la primera vez, te lo juro.
Marina ya no respondió nada. Desnudas las dos, la piel de Marina era aún más blanca que la de Julia, su cuerpo más rotundo. Suspiraban mucho. Al bajarse marina para besar a Julia, ella movió de un lado a otro la cabeza.
-Nooo -dijo-. Me gusta más con el dedo y sintiéndote sobre mí.
Marina obedeció. Mordió muy despacio el abultado labio inferior de Julia. Ella se vino dos veces. Marina sólo una.
En la cama todavía, Julia propuso:
-¿Vamos a la alberca? Tengo ganas de verte con uno de mis trajes de baño.
-Mejor en la tina, yo quiero seguir viéndote sólo yo.”